
El niño deambula solo en el patio del bloque donde vive. Invierno sueco. Noche deprimente. Suburbios de Estocolmo. Se oyen sus pisadas en la nieve, su respiración preocupada. En el colegio le pegan. A su lado, su nueva vecina, una niña de su edad que no va a la escuela, que no tiene la sangre caliente, que jamás se deja ver de día. Pero que le acompaña en sus miedos. Es la pareja de Déjame entrar, filme que muchos califican como el mejor de 2008; película que ha ganado en una treintena de festivales, incluido el Méliès de Oro a la mejor película europea fantástica del año, que recibió en Sitges.
Su realizador, Tomas Alfredson (Lidingö, 1965), no tenía mucho interés -más bien ninguno- en el cine de vampiros. Sí en el acoso escolar, el temido bullying, porque lo había sufrido de crío. Y, por supuesto, sabe de frío. "Nuestro clima ayuda a que convivamos con vampiros", asegura y estalla en carcajadas. "No sienten la temperatura, y la oscuridad en la que vivimos la mayor parte del año hace ideal Escandinavia como destino vampírico".
Pero Déjame entrar no es sólo sangre: también habla del miedo o del despertar erótico al inicio de la adolescencia. "No soy muy estricto a la hora de escoger temas para mis películas. Según me atraigan. Eso sí, huyo de la posibilidad de convertirme en un director de género". Y esa intención beneficia al filme. "El proyecto me llegó cuando un buen amigo me dio el libro original. No me interesa ese tipo de literatura y estuvo un tiempo en mi mesilla de noche. Pero la recomendación venía de alguien de fiar y descubrí una muestra original de realismo social, con una pátina de fantasía. Sentía muy cercano el paisaje, esos arrabales de Estocolmo de 1982. En aquella época yo era un poco mayor que los niños, pero entiendo sus vidas, sus problemas y recuerdo perfectamente el ambiente. A mí me pegaron en el colegio". ¿Por eso se quedó con la parte de la novela que habla del acoso escolar y se deshizo de todo referente a la pedofilia? "La pedofilia se usa en televisión y en el cine con mucha ligereza, como un ingrediente para dar miedo. Y me parece muy irresponsable convertirla en un efecto emocional más. Supe muy pronto que si lo incluía, la pedofilia ensombrecería el resto del guión. Y entonces debería dar al público una visión distinta a la chabacana habitual. El tema me lastraba demasiado. Volviendo al acoso, me acercó a los personajes recordar el miedo que pasaba entonces. El recuerdo me asustó más que lo que sentí aquellos años".
Por si fuera poco, Déjame entrar radiografía el mito del Estado de bienestar habitado por unos personajes muy cercanos al pesimismo del finés Aki Kaurismäki. "Creamos una situación falsamente idílica. En la que parecía que podíamos hacer de todo. Era, insisto, falso. He mezclado ese ambiente con los vampiros, pero siempre sin abandonar el realismo. Me gusta cómo lo hizo Lucas en La guerra de las galaxias: en un mundo de ficción, hay unos límites muy claros. No puedes viajar en otra cosa que no sea una nave espacial. No hay superpoderes, emana verosimilitud. Luché porque mis espectadores sintieran lo mismo con mis vampiros".
¿Y por qué han vuelto los vampiros a la literatura y el cine? "Porque ilustran nuestra parte animal, y tenemos hoy en día una vida demasiado cerebral, encerrados en Internet o delante de la televisión, sin salir al exterior. El género del vampirismo recupera el contacto con nuestros instintos primarios".
Déjame entrar, John Ajvide Lindqvist
Hay novelas cuya calidad trasciende a la temática elegida, los géneros que ese Sanedrín de intelectuales de obra desconocida, si no inexistente, clasifican en ‘mayores’ y ‘menores’. Así, el terror, la fantasía, los detectives… son géneros menores. Oscar Wilde decía que no hay obras morales o inmorales, sino sólo libros bien o mal escritos. Lo mismo puede aplicarse con los géneros: no hay géneros mayores o menores, sólo hay libros mayores o menores. Y Déjame entrar es un libro mayor. Si hemos visto en la saga Canción de Hielo y Fuego la descripción más realista de personajes desde Dostoyevsky, incluso más -recuerdo ahora el plano e insulso Aliosha de Los hermanos Karamazov-, en Déjame entrar tenemos una vívida descripción del bullyng, el acoso escolar, desde los ojos de la víctima. Pero también la vida cotidiana de la clase media-baja sueca de los ochenta, en los grises barrios de las afueras, una clase que, salvo por el clima, quizá no se distinga demasiado de sus homólogas de cualquier otro país.El terror puede habitar todas partes, ya ha salido desde hace años de las ruinas de abadías, de los castillos o caserones, incluso de los tejados puntiagudos de Arkham y Providence, pero pocas descripciones son más desasosegantes que el anodino Blackeberg, en el primer capítulo. Pero al terror, como a los vampiros, hay que franquearle el paso, somos nosotros los que invitamos a la catástrofe. Quizá en otra ocasión hablemos de esta necesidad de la invitación previa.Los personajes, acosadores, alcohólicos, pederastas, violentos a veces… no son nunca juzgados. Sólo son expuestos, con sus miserias, con sus complejidades y contradicciones. En un párrafo, el contexto del personaje queda perfectamente delimitado, sin tener que recurrir ni a artificios ni a construcciones lacrimógenas para ponerlos como víctimas de una sociedad burguesa. Cada cual, incluso un niño de doce años, es dueño de sus decisiones. Tal vez el menos monstruo sea el menos humano de todos ellos, y esto es lo me acongoja, porque en la línea del doctor Cardero, Muertos, monstruos y dioses oscuros, el más oscuro de los dioses es el hombre.
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